Oh
tenebrosa fulgurante, impía
que
reinas entre cábala y quimera,
oh
dura poesía
que
hiciste mi imprevista calavera.
Por
qué me diste huesos
si
yo era, entre lenguas, “la que nombra
muriendo
transparente”, y entre besos
“llovizna”
desde el beso hasta la sombra.
Si
yo era la pálida costumbre
de
cruzar el otoño trashumante,
mientras
tú suavemente, ave de lumbre,
alta
volabas y constante.
Por
qué bajaste oscura. Mis despojos
creas,
desencadenas mi esqueleto.
Devoraste
mis párpados, mis ojos,
mi
corazón secreto.
Oh
sacrílega maga que ceñiste
la
gracia en hambre, alazo, pico y garra,
por
qué en tu salamandra convertiste
a
mi tristísima cigarra.
Por
qué. Pero me ofrezco y apaciento
mis
huesos, y mi cara se acostumbra
a
ser tan sólo profecía y viento.
Come,
cuerva. Y relumbra.
Argentina
Gálvez,
1916/2000
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