En el verano,
Después de largos días de camino
Buscando aguas y hierbas nuevas
Para calmar la inquietud de los ganados,
Llegábamos hasta la corriente serena del San Jorge
(un poco más arriba de Santiago Apostol)
Donde era seguro encontrar muchachas encendidas
Por el fósforo pasional de la subienda
Y casi desnudas por el ardor y la pobreza.
Entonces corrían en tropel a los corrales
Para cambiar un poco de vitualla
Por pescado, o por amor,
Muertas de risa y sin sostenes
Mientras componían el rancho abandonado en el invierno
Y sacaban culebras y alacranes del techo y los rincones
Con la tranquilidad del que arregla los santos de un altar.
A una de ellas, Magdalena,
Para que yo le cantara dos rancheras nuevas que aprendí
Le gustaba llevarme en su canoa de Ceiba por las tardes
Río abajo
Entre remolinos de agua turbia,
Gritería de loros y alcaravanes
Y nubes inmensas
De pájaros espantados con su risa.
Por allá lejos, en el enredo antiguo del manglar
Anclaba la canoa en las raíces
y me ofrecía sus piernas desatadas
para que acomodara la orfandad de mis huesos
contra unos muslos suaves
sabios ya en el oficio de exprimir jornaleros.
Entonces yo cantaba
Mientras ella movía una mano en el agua
Para hacerle un murmullo a la canción.
En los días Santos de ese abril me daba dulces
De ciruela y mangos y otras mieles
Y yo la dejaba escuchar canciones y novelas
En la radio.
Colombia
Sincé, Sucre, 1957
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