Pulida
de las cosas.
Basta.
No quiere más la oreja, que su cuenco
Rebalsaría
y la mano ya no alcanza
A
tocar más allá.
Distraída,
resbala, acariciando
Y
lentamente sabe del contorno.
Se
retira saciada
Sin
advertir el ulular inútil
De
la cautividad de las entrañas
Ni
el ímpetu del cuajo de la sangre
Que
embiste la compuerta del borbotón, ni el nudo
Ya
para siempre ciego del sollozo.
El
que se va se lleva su memoria,
Su
modo de ser río, de ser aire,
De
ser adiós y nunca.
Hasta
que un día otro lo para, lo detiene
Y
lo reduce a voz, a piel, a superficie
Ofrecida,
entregada, mientras dentro de sí
La
oculta soledad aguarda y tiembla.
Rosario
Castellanos
México
Ciudad
de México, 25 de mayo de 1925
Tel
Aviv, Israel, 7 de agosto de 1974
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