Nadie
puede desprenderse de ti
de
tu nombre que significa arenas y navegaciones
ni
siquiera cuando la estrella está más alta.
El
fuego reconoce a los suyos,
a
los brotados de la espiga.
Las
esbeltas siluetas nacidas de los humos
no
sobreviven en las grandes borrascas
son
apenas nombradas por un murmullo grácil.
Y
así eres en medio de los nacimientos
guiada
por la que se oculta entre flores
y
decide contigo los designios del delfín y el velero.
Nadie,
María de la Mar,
puede
apartar la cara del sudeste
sin
alabar el leve corazón que despierta
junto
a la ciudad que como tú se adorna con gladiolos
y
creces como el vino, llena de música y de límites
y
de luces rientes
donde
presides como sacerdotisa los misterios salados.
Alfredo
Vanín
Colombia
Timbiquí
1950
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