Ya por el
horizonte
se difunde la
noche, agua sombría
que moja lo
mojado de las nubes murales.
Yo con pasos
ausentes recorro la penumbra,
bajo el ala del
Tiempo que sobre mí extendida
ingrávida y
pausada se desplaza.
Vientos turbios
y equívocos disponen
todo el húmedo
clima donde arraiga,
ofrecida a la
lluvia su fresca carne pura,
como un fruto
partido, el peso del destino.
(Este soplo me
llega desde oscuras distancias,
cruzó mares que he
visto,
arrastra los
perfumes de tierras que he pisado,
llenó claras
llanuras o bosques sofocantes
donde yo
enmudecía y sangraba de amor.
Y en la mitad de
este aterido viento,
donde errabundas
gotas viajan ciegamente,
siento soplar de
pronto un viento diferente,
abierto y
luminoso.)
Oh viento tibio
y firme, viento bueno
que plasmaba de
pronto en aguda presencia
el campo de mi
infancia donde una abeja zumba.
Los árboles se
instalan noblemente,
los caminos
recorren inamovibles huellas,
los sitios
tienen nombres persuasivos
que los hacen
carnales como el hueso a la fruta.
Y la luz brota
desde todas partes,
luz increada y
siempre fiel, que inunda
la llanura sin
muros donde un niño,
de estatura
menor que las yerbas del mundo,
todo él
suspendido de dos intensos ojos
que inmóviles lo
clavan
a la inasible
rotación del día,
se ve
sobrepasado por su propio silencio,
que ya
secretamente se entiende con la vida.
(Y otra vez
desemboco en la áspera tierra
del llovido
presente
que palmo a
palmo con mis plantas palpo,
andando entre
desnudas ondas donde anida
esta memoria que
en murmurios muere,
tropezando en la
sombra a cada instante
con su imperio
cambiante.)
Y este múltiple
viento informulable,
como el mudo
lenguaje de un destino,
recorre con su
soplo las horas de mi vida.
Y dice que su
afán secreto fue tan solo
entender aquel
puro silencio con que un día
yo descifraba el
Tiempo.
Tomás Segovia
España/México
Valencia, 21 de
mayo de 1927
Ciudad de
México, 7 de noviembre de 2011
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