la
morosa costumbre del camino
que
a los rosales ígneos de la noche,
con
brújula de cantos nos llevaba...
Ya escucho cómo crece
la
soledad y el río,
y
el páramo que llora
con
aterida música de pájaros
muertos
antes del alba.
De nada le valió que sobre el trémulo
laberinto
de mis venas azules
como
un grito rebelde, tan solo grito,
se
encendiera tu nombre.
Rodó en la espuma el grito ensangrentado
y
el viento herido se alejó llorando.
¡Cómo sube la niebla
por
los delgados hilos de mi sangre!
Pronto serán mis labios
una
humedad remota de palabras,
y
mis ojos carbonos de silencio,
y
mis brazos dos llamas amarillas
que
abrazaran canciones disecadas
con
ceniza de olvido...
Oyeme desde lejos;
y
que mi voz se apague poco a poco,
y
se disipe al fin como esa brizna
conque
el humo se acaba cuando el fuego
le
van tirando tierra...
Sigue tú sola. Y si la noche es clara
y
si es delgado el aire
y
no lo empañan tumbas de suspiros,
ni
lo humedecen las lágrimas,
ni
lo impregnan aromas mortuorios,
sobre
el pulido canto del sendero.
Junto
a la sombra del perfil nevado
que
de tu cuerpo esculpirá la luna,
florecerá
otra vez mi sombra ausente.
Y en los rosales ígneos de la noche,
con
el Sur en tinieblas
y
el Norte envuelto en estelaria llama
oscilará
la brújula del canto
con
nuevo ritmo, y se abrirá hacia el alba
para
ti y mi recuerdo
la
luz de un horizonte innumerable.
Augusto
Roa Bastos
Paraguay
Asunción,
13 de junio de 1917
Asunción,
26 de abril de 2005
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