y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Claudio Rodríguez
Zamora, 30 de enero de 1934/
Madrid, 22 de julio de 1999
1 comentario:
mmmmm... qué es mejor?:No haber amado y por lo tanto, no haber sufrido por amor? ... o haber (se)permitido ese sentimiento maravilloso en nuestro interior aún arriesgando sufrir?
Ahhhhh... yo escojo lo último.
Sin amor, no somos nada.
Qué buen poema nos presentas, Trini.
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