El
poeta se apoya, durante el tiempo de su vida,
en
algún árbol, o en el mar, o en el talud, o en un
determinado
color de nube, por un momento, si así
lo
quiere la circunstancia. Su amor, su sorprender, su
felicidad
tienen su equivalente en todos los lugares a
los
que nunca fue, a los que nunca irá, entre los
extraños
a quienes no conocerá. Cuando se levanta
la
voz en su presencia, y se le apremia a aceptar
miramientos
que retardan, si a propósito de él se
invoca
a los astros, responde que es del país de al
lado,
del cielo que acaba de hundirse.
El
poeta vivifica, corre luego al desenlace.
Al
atardecer, pese a algunos hoyuelos de aprendiz
de
la mejilla, es un caminante cortés que precipita
las
despedidas para estar presente cuando el pan sale
del
horno.
1 comentario:
la razón de ser expresada en muy bella forma, felicidades, muy bueno, me encantó.
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