Los ojos de los que estamos continuamente al borde de la
caída
o del tropiezo, no saben despegarse de la tierra. De qué
sirve
una belleza material que no pueda tomarse entre las manos
como una piedra y ser llevada siempre encima del cuerpo
igual que esos objetos insignificantes
que un niño acarrea consigo donde vaya, y que lo hunden
en el terror o el desconcierto si se pierden.
No hay belleza para mí en las cosas
que no pueden volverse talismán contra las fuerzas
del desamparo o de la pena, y ninguna palabra podría
hacer eso,
sólo la presencia física de lo que fue elegido por un
amor oscuro,
cuyas leyes desconocemos, para preservar nuestra vida
intacta
entre todos los peligros y accidentes que la acechan, a
pesar
de que es ella, esa presencia amada, el peligro mayor,
porque no puede protegernos de su pérdida.
Argentina
Resistencia, Chaco, 1972
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