Decían
en la Antigüedad que la poesía
es
una escalera a Dios. Tal vez no lo sea
cuando
me lees ahora. Pero lo supe el día
que
por ti volví a encontrar mi voz, disuelto
en
un rebaño de nubes y de cabras
revoltosas,
que desde un risco acababan con las hojas
del
ciruelo y la anea, y los rostros enflaquecidos
de
la luna y del sol se fundían;
el
motor estaba averiado y una flecha
de
sangre sobre una roca señalaba
el
camino de Alepo.
Italia
Génova,
12 de octubre de 1896/
12
de septiembre de 1981
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