Dicen que era de barro,
con luz en la mirada.
Sembró la flor del trigo
y recogió cizaña.
Quizás estaba escrito
y el Destino marcaba,
con signos de tristeza,
un camino sin agua.
No le valió el amor
ni el fuego de la entraña.
Ni siquiera los versos,
su canto de esperanza.
Ahora, Miguel, ya tienes
tierra y pena enterrada.
Concha Lagos
España
Córdoba, 23 de enero de 1907/
Madrid, 6 de septiembre de 2007
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