La abuela abría las puertas de
la mañana;
entraba el sol por el balcón
cerrado
y un rayo se pegaba a sus
gafas solares.
El día andaba ya por los
corredores
abrillantando las plumas del
pájaro ciego,
jugando un rato con los peces
anhelantes
en un marecito engañoso,
y con el caracol de filos
negros
en su playa de cristal.
La claridad giraba por los
cuartos vacíos
y se escondía entre las
cortinas.
De las gafas de la Abuela
brotaba el día
y bajo mi cama se enroscaban
los vientos.
Cerraba los ojos y regresaba
al sueño.
Las sábanas me daban una noche
que sólo existía ahí
y que se prolongaba por unas
horas,
mientras la mañana maduraba
y se caía a pedazos en las
calles de color naranja
y en el cielo azul y tonto de
los trabajos para vivir.
Hugo Gutiérrez Vega
México
Guadalajara, febrero de 1934
Ciudad de México, 25 de
septiembre de 2015
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