Sobre el atardecer
camina un ciervo
mientras al sol
la noche desposee.
El hocico del
ciervo, malherido,
sangre derrama
encima de las nubes.
Tiemblan las
casas, crujen levemente,
mientras
inquietos van sus habitantes
del espejo al
balcón y, una vez más,
contemplan su
mirada en los espejos.
Un ciervo a
tales horas
corre el camino
que ante el hombre pende,
devorando las
hierbas luminosas
que alimentan
los ojos.
Un ciervo abre
sus fauces,
ciervo feroz de
boca cotidiana,
que con los
dientes rompe las cortinas
de la diaria luz,
mientras derrama
sangre herida de
sol en su camino.
España
Alcolea de
Calatrava , Ciudad Real, 18 de julio de 1926/
Barcelona, 12 de
diciembre de 1995
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