Mi amada es una tierra agradecida.
Jamás se pierde lo que en ella se
siembra.
Toda fe puesta en ella fructifica.
Aun la menor palabra en ella da su
fruto.
Todo en ella se cumple, todo llega al
verano.
Cargada está de dádivas, pródiga y en
sazón.
En sus labios la gracia se siente
agradecida.
En sus ojos, su pecho, sus actos, su
silencio.
Le he dado lo que es suyo, por eso me
lo entrega.
Es el altar, la diosa y el cuerpo de la
ofrenda.
Gabriel Zaid
México
Monterrey, Nuevo León, 24 de enero de
1934
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