30 noviembre 2017

Eva Vaz, Yo no quiero

Yo no quiero que sufras
lo que yo sufro.
Yo quiero que sufras
más.
Yo te quiero más roto
que yo.
Más desguazado
que yo.
Yo quiero que el dolor
te destroce el esternón.
Que tengas que luchar
a todas horas
por sobrevivir sin ganas.
Que no soportes
ser el hombre más miserable
del mundo
por quererme a tu lado.

Yo ya lo sufro.

No quiero que me odies.
Odiando se hace más fácil
la ausencia.

Yo quiero que sufras
lo que yo sufro.
Yo quiero que te asfixies con tu llanto,
que no encuentres paz
en ningún sitio.
Que no soportes el peso
de tu cuerpo
sin mis dedos.
Yo quiero que el miedo
no te deje dormir,
como un dolor insomne.

Yo ya lo sufro.

Yo quiero que sufras
lo que yo sufro.
Yo quiero que vengas,
rogando en silencio,
muerto de miedo, inseguro,
que vuelva contigo.
Que sin mí, tus días
son estertores.
Como mi pésame diario.

Dime que sufres lo que yo sufro.

Y dímelo llorando.
Eva Vaz
España
Huelva, 1972

Prometeo, Miguel Iriarte

Prometeo
Yo no me voy, amor.
A qué dejar tu cuerpo
Flotando abandonado en su círculo de sueños,
 Desnudo,
Laguna sin bordes que corta
 toda retirada.
El reino de tu piel contra la noche
Perdiendo mis fuerzas de amante
 que se escapa
Me detiene.
Yo no me voy. Nada gano.
No puedo poner un pie fuera de ti
—mujer que me tomas al vuelo cada ansia—
Porque me escondes en tus piernas
 la camisa del viaje
y me dices ardiente:
“Vete de mí, pero me voy contigo”.
Y he aquí que estoy
 Anudado a tu fuego,
Inventándome fugas a tus alrededores,
Fiel (pese a mis alas)
al rojo de la hoguera.
Miguel Iriarte
Colombia

Sucre, 1957

29 noviembre 2017

Albert Samain: Otoño

Para Milciades Peralta

Con pasos mesurados por la avenida fría
vagamos taciturnos bajo la paz del cielo;
la tarde otoñal sufre no sé qué nostalgía,
y en una indefinible, brumosa lejanía
pasan mujeres blancas con túnicas de duelo.
Como una inverosímil violeta, en el ocaso
deshójase la hora muriente. En la avenida
cada hoja susurrante y enferma que al acaso
rueda de la arboleda con un fru-fru de raso,
evoca en nuestras almas alguna ilusión ida.
Su corazón ya frío, y el mío, indiferente,
sueñan, aletargados, con un distinto puerto,
pero en la tarde hay una dulzura tan doliente,
tan suave, que olvidamos nuestro vivir incierto,
y en la desesperanza del día que se aleja
hablamos en voz baja, que tiene algo de queja,
de nuestro amor difunto, como de un niño muerto….
Albert Samain
Francia
Lillw, 3 d abril de 1958
Magny –les-Hameaux, 18 de agosto de 1900

28 noviembre 2017

Visita a Amsterdan, Michael Krüger

La ciudad abre bien sus ventanas
para no perder ningún sonido.
Una canción pasa en bicicleta
y regala a cada casa una nota.
Mi hermano vive en un canal.
La escalera de su casa bien asentada
fue trazada por un encantador de serpientes,
formado en las colonias:
cuando se pisa con prudencia
se oyen suspiros de forma de almendra.
Ocasionalmente viaja un viejo barco
a través del salón cuyo capitán
coloca escritos en el pretil de la ventana,
tratados de la Edad Media
sobre esclarecimiento y magia,
pero también historias de la vida
totalmente normales.
Si mi amigo mira desde la ventana
se duplica la ciudad. En el crepúsculo
salen clásicos de los estantes y comienzan a trabajar,
un perro les sirve queso y vino.
Y de noche el ángel barre con cuidado
el camino entre el agua y la puerta de la casa,
como si tuviera que limpiar uno
de los cuatro ríos al paraíso.
Michael Krüger
Alemania
Wittgendorf,  9 de diciembre de 1943

José Lupiáñez, En el valle

Sobre las tejas el verdín progresa.
El cielo está muy gris, pero la lluvia
ha cesado un instante. Hace frío
y los pájaros todos tiritan escondidos
entre las frondas...
En las ramas heladas de los árboles
las gotas milagrosas se transforman en perlas.
Un vaho azul escapa de la tierra.
Al fondo, las montañas se ocultan recelosas
en las nubes más bajas.
El alma reconoce estos paisajes,
a los que fue marcando, a través de los siglos,
la vida con su drama; estos valles que guardan
en su entraña, con celo, rescoldos de la historia.
Ya es invierno y, desde las techumbres
de las casas de piedra,
asciende el humo denso de los viejos hogares.
Yo arrimo el leño al fuego que caldea mi rostro
y siento que las llamas, crepitando, me avisan
de que la vida es breve.
José Lupiáñez
España
La Línea de la Concepción, Cádiz, 1955

27 noviembre 2017

Fotograma, Gonzalo Mallarino

Gotas temblando. Agua sólo.

Después la mano. El dedo delgado. Transparente.
Y el cielo oscuro. Las nubes
cuando finalmente ella
se puso a llorar delante de la ventana.

La llamaría Adelaida. A esa mujer que llora así.
La nariz. Las lágrimas rosadas.
Los poros. Los vellos sobre los labios.
La luz muerta en el pelo.

Apuesto a que los ojos eran grises. Aunque sea
para que yo pueda decir que era una mirada
de ojos grises. Una mirada
hacia un parque en el que los pinos
se estén llenando de gotas y el silencio se tienda por el pasto.

Un silencio llegando por el pasto hasta donde yo estoy.

Para que pudiera yo mirar y escribir esto.
Gonzalo Mallarino
Colombia
Bogotá, 1958

Carlos Castro Saavedra, El buque de los enamorados

Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.
Carlos Castro de Saavedra
Colombia
Medellín, 10 de agosto de 1924/
Medellín, 3 de abril de 1989

26 noviembre 2017

Vicente Huidobro: Adiós

Adiós
Paris
Una estrella desnuda
Se alumbra sobre el llano

                           Esa estrella la llevara en mi mano

En Notre Dame
                                      los ángeles se quejan
Al batir las alas nacen albas
Mas mis ojos se alejan

Todas las mañanas
Baja el sol a tu hostia que se eleva
Y en Montmartre los molinos
                                                                        la atmósfera renuevan

París
En medio de las albas que se quiebran
Yo he florecido tu Obelisco
Y allí canté sobre una estrella nueva

                                                                                   ADIÓS

Llevo sobre el pecho
Un collar de tus calles luminosas
Todas tu calles
                                     me llamaban al irme

Y en todas las banderas
Palpitaban adioses

Tus banderas de los nobles ardores

Al pasar
                       arrojo al Sena
                                                           un ramo de flores

Y entre los balandros que se alejan
Tus balandros que pacen en las tardes
Dejar quisiera el más bello poema

El Sena
                                  bajo sus puentes se desliza

Y en mi garganta un pájaro agoniza.
Vicente Huidobro
Chile
Santiago de Chile, 10 de enero de 1893
Cartagena, Chile, 2 de enero de 1948

Dulce Mª Loynaz: Desprendimiento

Dulzura de sentirse cada vez más lejano.
Más lejano y más vago... Sin saber si es porque
las cosas se van yendo o es uno el que se va.
Dulzura del olvido como un rocío leve
cayendo en la tiniebla... Dulzura de sentirse
limpio de toda cosa. Dulzura de elevarse
y ser cómo la estrella inaccesible y alta,
alumbrando en silencio...

¡En silencio, Dios mío!...
Dulce Mª Loynaz
Cuba
La Habana, 10 de diciembre de 1902/
La Habana, 27 de abril de 1997

25 noviembre 2017

Karin Boye, El mundo es soñado...

El mundo es soñado por un dios durmiente,
y los escalofríos de la aurora exprimen destellos de su alma.
Recuerdos de cosas que ocurrieron ayer,
antes de que el mundo existiera,
fantasmas, fugaces reflejos.
Eso, de cuya esencia no formamos parte,
sale a nuestro encuentro donde al camino se tuerce,
y respira un horror que no es nuestro,
muy lejos de los límites,
de mundos hechos de otras leyes.
Duerme, duerme más pesadamente, durmiente,
hasta que los sueños no te atormenten más,
o bien despierta a la luz del día, creador,
y conviértenos en seres reales! 
Karin Boyen
Suecia
Götenborg, 26 de octubre de 1900
Alingsås, 24 de abril de 1941

Anna Crowe, Camisa fantasma Dakota de rodilla herida

Los cheyenes y los dakotas tejían
unas camisas de muselina cruda: éstas eran
las camisas de la Danza Fantasmal, la cual,

si se interpretaba correctamente, otorgaba
invisibilidad a quien la vestía.
Nosotros aún creemos que cierto orden de palabras

o rituales intervendrán entre
nosotros y la ira de otro. Sin ver
que se requiere nuestra invisibilidad,

tampoco, que lo que punce será el súbito
recuerdo de algún deleite pasado,
y deje este chamuscado agujero.
Anna Crowe
Reino Unido
Plymouth, 1945

24 noviembre 2017

Julia de Burgos, Canción de la verdad sencilla

No es él el que me lleva.
Es mi vida que en su vida palpita.
Es la llamada tibia de mi alma
que se ha ido a cantar entre sus rimas.
Es la inquietud de viaje de mi espíritu
que ha encontrado en su rumbo eterna vía.
El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre entre las cimas;
manantial abrazando lluvia y tierra;
fundidos en un soplo ola y brisa;
blanca mano enlazando piedra y oro;
hora cósmica uniendo noche y día.

El y yo somos uno.
Uno mismo y por siempre en las heridas.
Uno mismo y por siempre en la conciencia.
Uno mismo y por siempre en la alegría.

Yo saldré de su pecho a ciertas horas,
cuando él duerma el dolor en sus pupilas,
en cada eco bebiéndome lo eterno,
y en cada alba cargando una sonrisa.

Y seré claridad para sus manos
cuando se vuelquen a trepar los días,
en la lucha sagrada del instinto
por salvarse de ráfagas suicidas.

Si extraviado de senda, por los locos
enjaulados del mundo, fuese un día,
una luz disparada por mi espíritu
le anunciará el retorno hasta mi vida.

No es él el que me lleva.
Es su vida que corre por la mía.
 Julia de Burgos
Puerto Rico
Carolina,17 de febrero de 1914
Nueva York, Estados Unido, 6 de julio de 1953

Lisboa, Pilar Sanabria

Quisiera en realidad defenderme del tiempo
que no estuve con el océano,
colgada de las piedras
y tus barandillas tan azules,
amando las palomas
que beben en los charcos del Chiado.
Quisiera, Lisboa,
Cometer todos los pecados capitales
en tus calles,
tener el corazón montado en cada tranvía,
latiendo en sus dulces asientos de madera.
Quisiera todos los veranos
desde el puente de tus ojos,
encontrar tus fantasmas
en cada café donde me invitaste
a conocer el pasado de tus noches,
vestirme en vez de alcoba
de tus barcos en mis sábanas,
hacer el amor en tu abandono

y bailarte en el olvidado color de los fados.
Dormitar junto a Pessoa
porque se marchó y no escondió su sangre.
Y fingir, fingir que te he soñado
pero que te siento verdad
por lo mucho que me heriste.
Pilar Sanabria
España
Córdoba, 1963

23 noviembre 2017

Cesare Pavese, Vendrá la muerte y tendrá tus ojos

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
—esta muerte que nos acompaña
de la mañana a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra hueca,
un grito ahogado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando a solas te inclinas
 hacia el espejo. Oh querida esperanza,
ese día también sabremos
que eres la vida y la nada.
Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como mirar en el espejo
asomarse un rostro muerto,
como escuchar un labio cerrado.
Nos hundiremos en el remolino, mudos.
Cesare Pavese
Italia
Santo Stefano Belbo, 9 de septiembre de 1908/
Turin, 27 de agosto de 1950

22 noviembre 2017

Jordi Villaronga, El centinela

Esperar, sufrir,
dar vueltas por la casa,
atender un regreso,
desear verdad y venganza,
cavar la bajeza.

Nada más puedo hacer
con todo esto que soy,
aun sabiendo que,
cuando tienes pavor,
la peor soledad
es la del centinela.
Jordi Virallonga
España
Barcelona 1955

21 noviembre 2017

Marin Sorescu: Shakespeare

Shakespeare creó el mundo en siete días.
En el primero hizo el cielo, los montes, los abismos
Del alma.
En el segundo hizo los ríos, los mares, los océanos
Y demás sentimientos,
Y se los entregó a Hamlet, Julio César , Cleopatra y Ofelia,
A Otelo y otros,
Para que se enseñorearan en ellos con sus sucesores
Por los siglos de los siglos.
El tercer día reunió a todos los hombres
Y les enseñó los gustos:
El gusto de la felicidad, el gusto del amor, el gusto
De la desesperación,
El gusto de los celos, el gusto de la gloria.
Entonces fue que llegaron unos individuos que se habían retrasado.
El Creador les acarició, compasivo, la cabeza,
Y les dijo que no les quedaba sino hacerse
Críticos literarios
Y negar su obra.
El cuarto y el quinto día los reservó a la risa.
Liberó a los payasos
Para que hicieran sus cabriolas
Y dejó a reyes, emperadores
Y otros infelices divirtiéndose.
El sexto día solucionó unos problemas administrativos:
Desencadenó una tormenta,
Enseñó al rey Lear
Cómo llevar su corona de paja.
Habían quedado algunos desechos del génesis
Y creó a Ricardo III.
El séptimo día echó una mirada para ver si le quedaba algo por hacer.
Los directores de teatro ya habían llenado la tierra con carteles,
Y Shakespeare consideró que después de tanto esfuerzo
Valía la pena ver también él un espectáculo.
Pero antes de esto, sintiéndose sumamente agotado,
Se fue a morir un poco.
Marin Sorescu
Rumania
Bulzești , 29 de febrero de 1936
Bucarest, 8 de diciembre de 1996

Aimé Cesáire, Lluvia

Lluvia que en tus más reprensibles desbordamientos no
te preocupas
de olvidar que las muchachas de Chiriqui de pronto sacan
de su corpiño nocturno una lámpara hecha de luciérnagas
emocionantes.
Lluvia capaz de todo menos de lavar la sangre que corre por los
dedos de los asesinos de los pueblos sorprendidos bajo
los inmensos bosques de la inocencia.
Aimé Cesáire
Martinica
Basse-Pointe, 26 de junio de 1913
Fort-de-France, 17 de abril de 2008

20 noviembre 2017

Blas de Otero: Ecce Homo

En calidad de huérfano nonato,
y en condición de eterno pordiosero,
aquí me tienes, Dios. Soy Blas de Otero,
que algunos llaman el mendigo ingrato.

Grima me da vivir, pasar el rato,
tanto valdría hacerme prisionero
de un sueño. Sí es que vivo porque muero,
¿a qué viene ser hombre o garabato?

Escucha cómo estoy, Dios de las ruinas.
Hecho un cristo, gritando en el vacío,
arrancando, con rabia, las espinas.

¡Piedad para este hombre abierto en frío!
¡Retira, oh Tú, tus manos asembrinas! 
¡No sé quién eres tú, siendo Dios Mío!
Blas de Otero
España
Bilbao, 15 de marzo de 1916

Majadahonda, 29 de junio de 1979

19 noviembre 2017

Encarna León: He vivido en tu playa

Traigo las manos llenas
de azuladas neblinas con sabor a salitre.
Niebla densa del sueño, inalcanzable sueño,
el que aprisiono siempre entre todas mis cosas.
Y el azul de mis pasos sellaban con un nombre
la arena cristalina al son de mi costumbre.
Traigo los pies desnudos
como palomas frágiles cruzando los esteros
más dulces del camino. Un camino sembrado
de huellas que señalan tus rincones de lluvia.
La lluvia que comparto con la brisa que llega
e ilumina temprana mi cuenco derramado.
Traigo la voz sujeta
al día en sus comienzos grises,
y no quiero gastarla, porque la guardo ansiosa
para esparcir tu nombre por esta playa abierta
de frescas caracolas.
Ven, te necesito al lado,
pisaremos las aguas en su dulce cuidado
de finas transparencias,
descenderemos juntos hasta el final preciso.
Allá, bajo los arrecifes,
un castillo de sal nos abrirá sus puertas,
saciaremos en él un mundo de sirenas
de adolescentes juegos,
de joviales corales incendiados de amor,
y cabellos de algas danzarán por las olas.
Déjame que te sueñe por este mar tranquilo.
Si ya no lo deseas, pronúnciate bajito,
como un pulso de sal aprisionado y lento.
Y buscaré otros surcos de amadas latitudes,
y tal vez Alfonsina escuchará mi canto
y juntas buscaremos caracolas marinas. 
Encarna León
España
Granada, 1944